¿En qué piensan los bebés?

  • 29 de Junio del 2015
  • 3 min de lectura

Desde que nacen, los bebés experimentan sensaciones que les hacen reaccionar de una manera u otra pero hasta que no aprenden a hablar es toda una incógnita para los padres saber qué están pensando porque ríen sin motivo aparente o porque lanzan su peluche contra el suelo una y otra vez.

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Durante la infancia, los bebés no piensan como los adultos ya que su mente se sigue desarrollando hasta pasados los seis años: durante la infancia el 90% de las conexiones neuronales se produce antes de los tres años, el 10% restante entre los tres y los seis.

Pero aunque su mente no sea igual que la de una persona mayor, los bebés piensan desde que nacen. Esos primeros pensamientos, llamados protopensamientos, se basan en sensaciones ya que los niños tan pequeños no tienen la capacidad de concretar todo eso que perciben en palabras o imágenes. La mente de los niños es sensible a lo que le rodea pero no consciente, aún no puede razonar ni memorizar como un adulto. Esas primeras ideas que surgen en la cabeza del pequeño se vinculan a experiencias corporales: hambre, frío, comodidad, sueño…

A partir del cuarto mes, el bebé empieza a hacer movimientos voluntarios y puede observar el entorno desde una posición un poco más incorporada. En esta etapa, empieza a ser consciente de las capacidades de su propio cuerpo y aprende a aprovecharlas. Este nuevo interés por los movimientos da paso al comienzo de su desarrollo cognitivo, es decir, el desarrollo psicológico de los niños evoluciona en paralelo al biológico y necesitan el uno del otro para que el desarrollo infantil sea óptimo.

La habilidad mental de los bebés aumenta con la estimulación de los sentidos y experiencias que vive su cuerpo. A medida que va descubriendo el mundo, esas experiencias vividas irán aumentando.

El ser humano nace con muy pocas habilidades y durante los primeros meses de su vida es totalmente dependiente de los padres pero su cerebro tiene una gran capacidad para producir respuestas ante estímulos ambientales. La mente de los bebés es como una esponja y entre los cuatro y cinco meses ya habrá aprendido las relaciones causa-efecto.

Entre los seis y los siete meses, empieza a desarrollar su memoria y pone atención al resultado de sus actos. Empieza a asociar ciertas actividades con sensaciones agradables o que no le gustan, por ejemplo: si juega, se siente bien pero si tiene hambre, siente malestar. Empezará a rememorar diferentes experiencias que le hagan sentir cosas parecidas.

A partir del año de vida, el pequeño irá adquiriendo la habilidad del habla. Conforme vaya ampliando su lenguaje, empezarán las conexiones neuronales entre palabras y objetos. Empieza a investigar las relaciones de causa-efecto de sus acciones y empieza a actuar de menara intencionada. Tira los juguetes una y otra vez al suelo para observar cómo caen y agita su sonajero para escuchar qué ruido hace; son conductas que implican una acción que ya reconoce y las repite una y otra vez para comprobar que sigue ocurriendo lo mismo.

Sobre el año y medio empieza a desarrollar la capacidad de representación o función simbólica: algunos objetos ya tienen su palabra asociada, por ejemplo, los perros serán los “guau-guau” y empezará a jugar imitando conductas que ve, como poner a dormir a su osito de peluche. En esta etapa empieza a desarrollar el valor de la solidaridad y muestra empatía hacia los demás.

A partir de los tres años es consciente de ciertas normas básicas y cumple órdenes. Sigue percibiendo a través de los sentidos, aún no es un pensamiento lógico porque no sabe deducir el porqué de las cosas. Se trata de un pensamiento simbólico basado en la creatividad y la fantasía.

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Entre los cinco y los seis años, los niños ya tienen una capacidad de razonamiento cercana a la de los adultos.

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