Gestión de estrés: por qué es importante y cómo hacerlo

  • 11 de Febrero del 2022
  • 6 min de lectura

El estrés puede entenderse como un proceso natural, una activación fisiológica que nos permite estar alerta y enfocar nuestros recursos a la resolución de una determinada situación.

Aunque tendemos a identificarlo como algo exclusivamente negativo, el estrés nos ayuda a afrontar circunstancias complejas y a resolver problemas que requieren muchos recursos por nuestra parte. 

Es la manera en la que el cerebro y el cuerpo se activan para responder ante un peligro o una amenaza y cuando hemos de enfrentar algún desafío. 

Por tanto, todos sufrimos estrés en algún momento, aunque no de la misma manera. 

Lo que ocurre es que este mecanismo es útil para momentos puntuales y delimitados en el tiempo. 

Cuando el estrés es constante o se experimenta de forma exacerbada, en lugar de permitir que nos beneficiemos de ese estado de alerta y activación, termina repercutiendo en nuestra salud.

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Las consecuencias negativas del estrés

El estrés continuado supone un estado de activación permanente o casi constante, lo que ocasiona un cansancio emocional y un pronunciado agotamiento por el gasto de energía y la ausencia de períodos de recuperación.

Es precisamente cuando tenemos que lidiar con altos niveles de estrés diario, que además se prolongan en el tiempo, sin oportunidad para descansar y recuperar fuerzas; cuando pueden aparecer consecuencias negativas.

La irritabilidad, la ansiedad e incluso los síntomas de depresión son algunas de las manifestaciones que pueden aflorar cuando el estrés se mantiene presente durante largo tiempo.

El grado de estrés que sentimos puede intensificarse cuando percibimos o creemos que nuestros recursos mentales y físicos no son suficientes para satisfacer determinadas exigencias.

Esto ocurre, por ejemplo, en el ámbito laboral cuando no disponemos de las competencias necesarias, tenemos una carga de trabajo excesiva o se nos exige realizar tareas en un plazo de tiempo récord (e imposible). 

Es decir, que también podemos sufrir un alto grado de estrés cuando nos sentimos superados por las circunstancias.

La importancia de la gestión de estrés

Además del grado de estrés al que nos vemos sometidos y el tiempo durante el que se prolonga la situación que nos estresa, también es importante cómo respondemos y manejamos ese estado.

No todos reaccionamos al estrés de la misma manera. Por ello una determinada situación estresante en algunas personas da lugar a consecuencias negativas para su salud, mientras que otras son capaces de lidiar con el estrés sin que afecte a su salud física y emocional.

Muchas veces la diferencia está en la gestión de estrés que se realiza. Mientras que unos se sienten desbordados, otros ponen en práctica mecanismos para proteger su bienestar.

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No obstante, hay personas que, de forma natural, soportan muy bien altos grados de estrés. Dicho de otra forma, lo que para unos resulta estresante para otros puede no serlo.

En cualquier caso, todos podemos mejorar la manera en la que gestionamos las situaciones estresantes y los desencadenantes que nos llevan a ellas.

Es necesario reflexionar, aprender y practicar, pero es posible y necesario saber cómo gestionar el estrés para impedir que nuestra salud se deteriore.

Reconocer el estrés, un paso fundamental

Reconocer cuándo estamos estresados y qué situaciones nos generan estrés es esencial para poder gestionarlo. 

Y es que si no somos capaces de identificarlo, poco podremos hacer para atajarlo. 

Sobre todo, será importante discernir entre aquello que nos genera cierta presión o nos resulta exigente y lo que nos provoca un estado de estrés desorbitado y/o que se prolonga durante largos periodos de tiempo.

Para lograr este objetivo tendremos que reflexionar y tomar conciencia de nosotros mismos. 

Debemos fijarnos y aprender a detectar las situaciones o estresores que nos dejan agotados mentalmente o que se traducen en reacciones fisiológicas. Por ejemplo, sensación de falta de aire o mareo, dolores de cabeza, aumento de la tensión arterial, problemas para dormir, tics nerviosos, etc.

También tendremos que prestar atención a cómo nos sentimos y cómo nos comportamos con los demás, fijándonos especialmente en las reacciones de agresividad, la irritabilidad o los llantos frecuentes.

Además, es conveniente detectar las estrategias poco saludables (y nada efectivas) para aliviar el estrés. 

Las conductas adictivas (como fumar, el consumo de alcohol o de drogas) son un ejemplo de hábitos nocivos que ni reducen el estrés ni ayudan a lidiar con él. De hecho, tienden a empeorarlo. 

Los atracones de comida o no dormir lo suficiente son otras situaciones que también están muy relacionadas con estados estresantes y que pueden servirnos como aviso para empezar a trabajar en nuestra gestión de estrés.

Gestión de estrés: cómo ponerla en práctica o mejorarla

No existe un manual universal para la gestión de estrés, pero sí múltiples estrategias y recursos que pueden ayudarnos a manejar las situaciones estresantes y sus efectos sobre nuestro bienestar.

A algunas personas les bastará con tomar conciencia de aquello que les causa estrés y realizar ejercicio, por ejemplo. Otras, sin embargo, necesitarán trabajar muchos más aspectos, como aprender a relajarse o deshacerse del tabaquismo.

En cualquier caso, entre las cosas que podemos poner en práctica para realizar una buena gestión del estrés se incluyen:

  • Realizar ejercicio físico: es una de las mejores formas de reducir el impacto del estrés en nuestra salud y, además, nos reporta otros beneficios adicionales. 

    La práctica de ejercicio físico regular contribuye a mejorar el bienestar mental, el estado de ánimo y la salud física

    Asimismo, tomarnos un tiempo para hacer ejercicio es una manera idónea de desconectar de aquello que nos está generando estrés.

  • Establecer objetivos y prioridades: si lo que nos causa estrés es sentirnos superados o sobrecargados de tareas, tendremos que aprender a priorizar

    Para ello es fundamental ser realista, ya que si nos marcamos metas inalcanzables o tareas innumerables, el efecto será contrario al que buscamos. 

    Igualmente, debemos aprender a decir «no» a todo aquello irrelevante, no urgente o que no nos corresponde. 

  • Aprender a relajarnos: una forma efectiva de atajar la tensión permanente es realizando ejercicios de relajación o actividades que nos resulten relajantes. 

    Dedicarnos tiempo y espacio para desconectar es importante para que el cuerpo y la mente se recuperen de esa activación que nos produce el estrés. 

    Podemos practicar actividades orientadas a la relajación, como el yoga, el taichí, la meditación o el mindfulness, pero también aquellas que, no siendo su objetivo, nos relajan.

    Leer un libro, escuchar nuestra música favorita, bordar, pintar, escribir… Recurre o encuentra esa tarea que te resulta apacible y que, sin darte cuenta, absorbe toda tu atención permitiéndote olvidarte de todo lo demás.

  • Deshacernos de los estresantes camuflados: como se mencionaba, el estrés está muy ligado a conductas adictivas y al abandono de hábitos saludables. 

    Si bien puede parecernos que nos ayudan a lidiar con el estrés, la realidad es que tienen el efecto contrario.

    El tabaco, las drogas, el alcohol o la mala alimentación pueden intensificar nuestro nivel de estrés tanto de forma directa como indirecta, por lo que desterrar estos hábitos nocivos resulta de gran ayuda para mejorar nuestra capacidad de gestión del estrés.

  • Pedir ayuda siempre que sea necesario: si detectamos que el estrés nos está perjudicando y no sabemos cómo gestionarlo, debemos pedir ayuda

    Lo que nunca deberíamos hacer es esperar a que se resuelva solo. O bien empezamos a implementar medidas nosotros mismos o, si no somos capaces o creemos que no nos está dando resultado, debemos buscar ayuda. 

    De lo contrario corremos el riesgo de que la situación se agrave y, además de pasarlo mal innecesariamente, luego puede resultar más complicado abordar el problema.

    Esperamos que esta información te haya ayudado a comprender mejor el estrés y, sobre todo, te anime a pasar a la acción y comenzar a aprender o mejorar la forma en la que lo gestionas.

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