Hay niños que devoran y otros que parece que nunca tienen hambre. Si tu hijo no es de mucho comer pero está fuerte y sano, no te preocupes, cada organismo tiene unas necesidades. Pero si de repente tiene pocas ganas de alimentarse, a veces bastan unos cuantos cambios en vuestras rutinas conseguirás que abra más la boca.
• Comer con tu hijo: A veces es difícil, sobre todo si son niños muy pequeños; pero si el grupo familiar come lo mismo y, a ser posible, con el mismo horario, el pequeño lo tomará con más alegría y vivirá la hora de la comida como un momento menos estresante.
• Respetar las rutinas de alimentación: No hay mayor estimulador de apetito que predecir la hora a la que se come, hacerlo siempre en el mismo horario y, si el niño lo comprende, tener un menú prefijado. También, alimentarse siempre en el mismo lugar –en la cocina, en el comedor...–.
• No recurrir a distracciones: Televisión, tablet, juegos, libros, cantarle... pueden hacer que engulla, de forma distraída, en alguna ocasión; pero a la larga jugarán en contra de su apetito, pues no le dejarán centrarse.
• Vigilar los picoteos entre horas: El hambre de los niños funciona diferente al de los mayores. El aperitivo en los adultos estimula el apetito; en los bebés, simplemente, les deja sin hambre. Es preferible que adelantes una toma a que le des algo para entretenerle y luego pretendas que coma.
Etapa vital