¿Por qué temen los niños la oscuridad?

  • 5 de Octubre del 2016
  • 2 min de lectura

La Nictofobia o miedo a la oscuridad es un temor recurrente entre los niños, aunque también entre adultos. ¿Qué mecanismos de la mente explican que tantas personas sientan esa sensación de intranquilidad en la oscuridad?

El miedo a la oscuridad, conocido como Nictofobia, es uno de los más comunes en la infancia. Es frecuente usar pequeñas lamparitas que den algo de luz a la habitación de los niños por la noche para evitar la intranquilidad que esta les da y poder dormir. Erróneamente, este miedo se ha asociado exclusivamente con los niños, pero también es un miedo habitual entre los adultos.

Lo cierto es que a pesar de tratarse de una fobia y, por tanto, ser un miedo que no está basado en un peligro existente, se trata de un temor bastante lógico y que puede ser explicado desde un punto de vista biológico y racional.

El mecanismo psicológico que explica esta fobia común desde la infancia reside en el hecho de que la oscuridad afecta a nuestra capacidad de visión, una de las principales herramientas que tenemos para entender y controlar nuestro entorno. Esta disminución de uno de nuestros sentidos más prevalentes deriva en una sensación de vulnerabilidad que supone un caldo de cultivo para la percepción de miedo e incertidumbre ante lo que puede esconderse en la oscuridad.

Por otro lado, los niños cuentan con una imaginación en ebullición y una mayor creatividad que los adultos, lo que puede explicar que esta fobia sea más visible y asociada a ellos. Ante esa sensación de vulnerabilidad que la mayoría sentimos, son ellos los que desarrollan más miedos y generan más pensamientos de posibles peligros y amenazas.

Por tanto, es un miedo que vamos aprendiendo a gestionar a medida que crecemos, y, por tanto, se hace más llevadero en la edad adulta que en la infancia. Si el miedo a la oscuridad de tu hijo le provoca estrés o ansiedad, puedes hablar con él para hacerle saber que es un temor común pero que fabrica la imaginación y pensar con él en maneras de que pueda aprender a gestionarlo: dormir con su peluche favorito, con una pequeña lámpara o leer un cuento antes de irse a la cama.

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